Reviente
de una vez el cielo
reviente
el miedo y la amenaza
de
su infinita lejanía
arrebujado
en sudarios azules
y
negras mortajas de inexplicables hilados
entre
jeroglíficos de estrellas
y
moradas prometidas por abuelos y padres.
Reviente
el sol dentro de la luna
y
la luna dentro de la tierra
como
semilla acurrucada
en
el cubículo negro de un terrón
hasta
que la pasión del tiempo maduro
asole
las carnes secas
con
sangre de nuevos seres en flor
como
he visto los dorados cráneos de los
duraznos
doblar
las ramas del duraznero hasta morir.
Reviente
la verdad cautelosa
la
creación cansada y vieja
los
libros grasientos y ansiosos de llamas
para
acabar la tortura de fingir
como
finge el día la sonrisa del amanecer
en
este desencuentro que no conduce a nada
entre
un día que no sabe si comienza
y
una noche que no sabe si acaba.
Reviente
el tiempo
la
añoranza de los débiles y cansados
que
todos los días se levantan a trabajar
que
miran alguna foto de un difunto amado
y
suspiran por ti, por ti…
Revienten
las manos extendidas
revienten
los besos de los labios muertos
revienten
las lágrimas que resecó la necesidad
y
el silencio que se esconde detrás de cada cosa.
Revienta—¡santísimos
demonios!
revienta,
hora
del Dios de todos
hora
de tu odio y de tu amor,
converge
ya en tu hora de proféticos milenarios tiempos,
revienta
de una buena vez,
hora
del horror,
hora
del bien supremo,
hora
que deshuesa las horas
de su divino sentido
en
su maldita vacuidad.